La Herradura es uno de los enclaves favoritos que posee la costa granadina para hacer submarinismo. De hecho, son muchos los aficionados de toda España que visitan nuestros fondos marinos por sus aguas transparentes y su belleza marina, pero son muy pocos los que la conocen por episodios históricos acaecidos en sus acantilados, que por desgracia han dejado una triste huella en la historia de España.
Uno de esos episodios tuvo lugar el lunes 19 de octubre de 1562 cuando 25 galeras de 28 naufragaron en la Punta de la Mona al mando del Don Juan de Mendoza y murieron alrededor de 5.000 almas.
Sumergirse en el maravilloso mundo de la arqueología submarina es apasionante y más en este caso tan especial, por cuanto la cantidad de barcos hundidos en un espacio físico tan reducido hace de esta inmersión algo extraordinario.
La tragedia de La Herradura marcó en gran medida el reinado de Felipe II, para quien el control del Mediterráneo era uno de sus principales objetivos. Según reseña la profesora María del Carmen Calero Palacios en su libro 'Aportación documental en torno al naufragio de la Armada Española en La Herradura', «Felipe II inició su reinado con la obligación de atender el peligro por el dominio del mar; más que una condición de poder, era la razón de su misma existencia». Ese dominio del Mediterráneo se hacía necesario no sólo para combatir a los turcos, sino para asegurar las comunicaciones con el resto del imperio, que entonces incluía a Sicilia, Cerdeña y otros reinos italianos.
A la Piedra del Hombre
La preparación de la inmersión se hizo en base a los datos que fui recopilando de diversas fuentes históricas y la idea era la de comenzar por un punto estratégico en la Punta de la Mona, concretamente la Cueva del Jarro e ir subiendo la cota de inmersión hasta llegar a la Piedra del Hombre, donde suponía que era el lugar más cercano a la playa donde una galera podría estar anclada sin correr el peligro de encallar.
Luis Pellejero, de Buceo La Herradura, conocedor de los lugares marinos de nuestra costa como si fuera el callejero de Almuñécar, me propuso realizar distintas inmersiones a lo largo de donde se suponía que fue el naufragio. Según los documentos, las galeras de España se habían refugiado del temporal de Levante. En primer lugar 'La Soberana', seguida de la 'Mendoza' y 'San Juan', y a continuación todas las demás. 'La Capitana', 'Patrona' y 'Esperanza' estaban en el centro de la escuadra.
La primera de las inmersiones fue a unos 30 metros de profundidad. El equipos de buceo estaba compuesto por Luis Pellejero, Julio de la Rosa y yo. Contábamos con unos torpedos eléctricos que nos trasladarían con facilidad por los fondos marinos y hacían la inmersión menos penosa. Además, estos aparatos ayudarían a levantar la arena del fondo en poca cantidad cuando observáramos algún indicio del naufragio.
Nuestra intención era hallar algún vestigio del naufragio y documentar gráficamente el lugar exacto donde se encontraba, ya que la carga de las galeras, según el libro de la profesora Calero, estaba compuesta de piezas de artillería, munición, avituallamiento cargado en el puerto de Málaga, así como herramientas, clavos y cadenas, necesarias para las posibles reparaciones durante la campaña. Súmese a esto las mercancías que llevaban los marineros para negociar en los puertos y el cargamento para aprovisionar los destacamentos de Orán ( Túnez), destino que tenia la Armada, así como dinero para pagar la infantería de tierras de ultramar.
Las inmersiones continuaron y en los días siguientes nos acercamos cada vez más a las cotas previstas sin ver ningún rastro del naufragio. Eso sí, la fauna y flora que pudimos ver en las inmediaciones de la Punta de la Mona satisfacían el esfuerzo que estábamos realizando para encontrar el naufragio.
Cerámica esperanzadora
En una de las inmersiones dimos con unos restos de cerámica que en un principio podían pertenecer a la Armada. Esto nos ilusionó. La extracción fue minuciosa y anotamos todos los datos posibles para situar el hallazgo.
En mis cavilaciones pensé en esos pobres galeotes suplicando que los liberaran de sus cadenas, pues así lo autorizaba el Rey en caso de peligrar la nao y así lo hizo el capitán Mendoza cuando arreció el temporal. También mandó sujetar las naves con dobles hierros, cuestión que no gustó a la tripulación, ya que en esas circunstancias sólo se solía echar un ancla para que la nave pudiera garrear y afrontar el temporal por proa.
La galerna no les permitió desplazarse hasta la punta opuesta de Cerro Gordo o refugiarse detrás de la Punta de la Mona en lo que era la playa de los Berengueles -hoy Marina del Este-; sólo tres embarcaciones consiguieron salvarse de aquel infierno: 'La Soberana', 'Mendoza' y 'San Juan'.
Más de 5.000 personas perdieron la vida en aquel naufragio, la mayoría mujeres y soldados, ya que estos estaban menos preparados para poder bregar con las olas pues sus vestimentas y armaduras los hacían pesados y poco operativos. Salvaron sus vidas unas 2.000 personas, en su mayoría galeotes, al estar más ejercitados y mal vestidos, con lo que pudieron alcanzar la playa y de ahí la libertad. Cuentan las crónicas que, aunque en su mayoría fueron capturados de nuevo, muchos lograron escapar por la Sierra de Almijara.
Tristeza la nuestra al comprobar que los restos encontrados no tenían ningún valor . Fueron muchos los esfuerzos y muchas las inmersiones que dedicamos a esta aventura. Quizás después de 448 años las mareas cubrieron con unos cuantos metros de sedimentos los restos del naufragio. O, como alguien me comentó, los numerosos barcos extranjeros que en los años ochenta visitaron la zona esquilmaron todo lo que encontraron y nos dejaron huérfanos de nuestro patrimonio arqueológico marino, como ocurrió con el 'Odyssey'.
Una ermita de recuerdo
Con los maderos que sacó el mar a la playa, se construyó en La Herradura una ermita con el nombre de la Antigua, en honor a los fallecidos en el naufragio. El propio Cervantes hace referencia a este hecho en el Quijote: «...Fue hija de Don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en La Herradura...». También hay un bello poema de Fernando Moyano, soldado de la infantería española del tercio de Flandes, que salvó su vida al encontrarse en una de las tres galeras que pudieron refugiarse: «No hay hombre que aquello cuente / Que de lástima no llore / Y luego tras desta corre / La Capitana De Nápoles, no con gana / Sino harto con despecho / Que los lleva / Para adentro y los anega / Sin poder dalles remedio».
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