Los genetistas que investigan el origen de los canarios a través del ADN están en el momento más apasionante
MIGUEL F. AYALA / LAS PALMAS DE GRAN CANARIA .
A falta de investigar en Libia y Túnez, los genetistas no hallan en el continente africano ninguna etnia con el haplotipo o identificador del ADN que los actuales pobladores del Archipiélago heredaron de los genes de aquellos bereberes llegados hace 2.500 años a las Islas Canarias.
Una sospecha hace mella entre los científicos canarios que tratan de determinar el origen exacto del haplotipo o código de barras que, hace 2.500 años aproximadamente, trajeron a las Islas Canarias sus primeros pobladores procedentes del norte de África, en un legado que se ha mantenido hasta los actuales isleños. Tras el estudio genético de casi la totalidad de etnias de esa extensa región africana, alcanzando incluso hasta Suráfrica, los investigadores no han obtenido ni un solo caso de ADN con el haplotipo o código identificativo heredado de nuestros ancestros bereberes. Y eso sorprende a los genetistas porque complica determinar con exactitud de dónde procedemos. Quedan dos países por investigar, Libia y Túnez, pero la idea de que esa identidad genética de los habitantes de este Archipiélago sea ya única, va ganando adeptos.
Abran los ojos y despejen su mente para iniciar un viaje, aún inacabado, que se inició en el 500 a. de C., y en el cual se mezclan rudimentarios navíos y científicos de bata blanca. En esa época y a bordo de embarcaciones artesanales, que no se sabe si serían fenicias, romanas o de alguna otra civilización del norte de África, llegan los primeros moradores a estas islas deshabitadas. La prueba del Carbono 14 así lo determina.
Entran por las más orientales y, poco a poco, van ocupando el resto del Archipiélago.
Los historiadores han realizado a lo largo de décadas un meticuloso trabajo gracias al que sabemos detalladamente cómo, dónde y cuándo se fueron ubicando los núcleos aborígenes. Conocemos también su tradición, su dieta, su lenguaje, sus muestras pictóricas... y todo ha señalado siempre la procedencia bereber como la más que probable aspirante al título de cuna de aquella etnia. Por conocer, hasta conocemos las fechas en que este paraíso atlántico y sus pobladores cayeron conquistados por los castellanos, entre 1402 y 1496. Es decir: el periplo de nuestra Historia estaba bien dibujado. Los genetistas, ahora, lo que han hecho es corroborar con el estudio y cotejo del ADN tantas y tan contradictorias teorías.
Un grupo de investigadores canarios, dirigidos por Vicente Martínez Cabrera, doctor en Ciencias y profesor de Genética de la Facultad de Biología de la Universidad de La Laguna, ha puesto ese punto final científico al acertijo: sin género alguno de dudas, somos bereberes. Lo determinan los análisis del ADN mitocondrial y los del cromosoma Y de restos aborígenes, de conquistadores y de actuales pobladores.
Tras el cotejo de datos, en todos se ha hallado el ya famoso haplotipo U6b (y también el U6c, porque los bereberes -y también nosotros- no sólo poseían un haplotipo), que es típico del norte de África y de las Islas Canarias. Parecía sencillo saber entonces su procedencia, pues sólo había que comparar con los datos existentes sobre los registros de haplotipos del continente africano. Pero no. No hubo suerte.
HAPLOGRUPO U. Aquellos primigenios pobladores de Canarias, sobresalientes pescadores de costa y tipos de altura considerable, genéticamente hablando, pertenecían al haplogrupo U, un conjunto de características que poseen todos los humanos -organismos diploides en términos científicos-, y éstas no se dan en ninguna otra etnia de todo el planeta.
Para entender todo un poco mejor es conveniente comprender que, dentro de este haplogrupo U donde se engloba el ADN humano existen, como quien dice, distintos matices que conforman una unidad mitocondrial diferenciada para cada uno de los distintos grupos etno-geográficos conocidos, que son casi todos. A eso precisamente se refieren las cifras que aparecen junto a la U halogrupal: el U1 define un determinado ADN distribuido principalmente en la población del Medio Oriente, subcontinente indio y Cáucaso; el U5 es el típico de Europa y alguna región del Medio Oriente; el U2, de India... El U6, el nuestro, es el típico de África del Norte, con un promedio de 10% entre su población y un máximo en bereberes argelinos del 29%.
Se le añade entonces a la fórmula U6 una serie de letras, b y c minúscula en el caso canario, para determinar, gracias a esa precisión que ofrece la genética, el origen geográfico de una etnia de uno u otro lugar. Cada subregión del planeta, remotas o en el barranco de al lado, posee la suya propia. Y ahí es donde se han quedado sorprendidos los científicos canarios, gallegos y portugueses implicados en la investigación sobre el origen canario, pues no hayan en África el mismo haplotipo, específicamente el U6b1 y el U6c1, que coinciden con los actuales canarios. Es decir, los descendientes criollos de los conquistadores -que lo heredaron de las mujeres con las que se relacionaron- y de los primeros pobladores.
ENDEMISMO DIPLOIDE. El grancanario Jonathan Santana, que ocupó el jueves la portada de este periódico, cuenta con ese haplotipo específico U6b1. Los datos genéticos de este arqueólogo forman parte de las muestras con las que ha trabajado en su tesis sobre el cromosoma Y, dada a conocer esta semana sobre el origen bereber, la investigadora de la Universidad de La Laguna Rosa Fragel, dirigida por Vicente Martínez. El doctor de La Laguna también dirigió el anterior estudio que, con el mismo método de trabajo -cotejo del ADN en prehispánicos, criollos y contemporáneos-, descifró la carga genética mitocondrial, que posee y transmite la mujer desde hace 2.500 años.
El hombre aborigen también tuvo ese haplotipo, pero su pervivencia como esclavo le alejó de la procreación hasta casi hacer imperceptible su huella genética en la actualidad, devorada por linajes castellanos y nórdicos. Los conquistadores no trajeron mujeres en sus barcos así que aquí, tras el sometimiento del poblador originario, se encariñaron -por decirlo sin herir sensibilidades- de sus mujeres acabando casi con aquel legado cromosomático en la herencia del varón llegado del norte de África.
"No es algo frecuente esa pérdida del origen genético", explica José Pestano, investigador de Genética de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, miembro del equipo que ha desentrañado el ADN canario y quien ha tratado de explicar, del modo más sencillo posible, toda la información científica que quien esto escribe trata de reflejar. "Resulta sospechoso", dice, "que, sabiendo ya la procedencia de nuestro ADN, no encontremos ahora un patrón genético idéntico. La idea de que esa carga genética de algunos pobladores actuales sea única de aquí, endémica, parece la más adecuada. Esto abre, a mi entender, nuevas teorías y nuevos campos de trabajo: conocer qué ha sucedido con la etnia de la cuál procedemos me parece interesantísimo, saber cuál ha sido su destino...".
José Pestano considera también "de justicia" un reconocimiento "al doctor Vicente Martínez Cabrera, que lleva más de 20 años estudiando, en el laboratorio y con trabajo de campo, los orígenes de los canarios". Comenzó en 1988 investigando con las proteínas en la sangre y después investigó con el ADN mitocondrial y ahora con el del cromosoma Y, junto a Rosa Fragel, el doctor Larruga, Alba González, Nico Martel, la bióloga Eva Betancor y el propio Pestano, "aunque a lo largo de los años ha habido más gente trabajando en sus experimentos".
"Pienso que es un científico que no ha sido tratado con la importancia que se debiera. En su campo es de lo mejorcito, y estos nuevos trabajos lo demuestran. Cuenta, además, con muy poca financiación en sus proyectos, llegando a poner su propio dinero para poder continuar investigando en más de una ocasión".
Los implicados en esta apasionante como larga aventura científica tienen ahora como destino Libia y Túnez, dos países donde existen problemas de colaboración con las autoridades. Un poco de ayuda institucional no le vendría mal al científico Vicente Martínez Cabrera para que en esta sugerente historia de nuestros ancestros y, por tanto, de casi todos nosotros, pueda escribir el añorado final.
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